Por Estela Valdés
Todas las acciones y decisiones que tomamos diariamente, sean buenas o malas, acertadas o equivocadas tienen un origen, una razón que nos lleva a realizarlas. En ocasiones estas medidas son demasiado drásticas e inclusive irreparables y cuando se trata de gente joven es por demás inquietante, porque cambian radicalmente el curso de sus vidas, o acaban con ella.
El acompañamiento de los padres, el afecto, el interesarse por sus cosas, hacen la gran diferencia en sus autoestimas y en cómo se relacionan con su entorno social. Y en inversa proporción, cuando los padres son ausentes, aunque vivan en la misma casa.
Es triste comprobar a diario, como una importante y preocupante cantidad de menores son protagonistas de hechos violentos, capaces de matar a otros y matarse también, ya sea con un arma de fuego, o por exponerse al peligro. Estos chicos no viven precisamente en situación de calle, es decir tienen un hogar constituido, viven con sus padres, sin embargo están solos, viven como si lo estuvieran y mueren de manera violenta, solos y lejos de hogar. Contamina escuchar a algunos padres decir que no pueden controlarlos, que el menor les ignora y no les obedece.
Estos deberían plantearse seriamente, quien ha ignorado a quien por tanto tiempo, para llegar a estos extremos No se trata de falta de amor, no es que no amen a sus hijos; es que no saben amar. Amar no es consentirlos en todo, amar es proteger y orientar. Es hacerlos sentir amados y lo importantes que son.
El comportamiento peligroso de estos jóvenes y la manera como juegan con sus vidas y tientan a la muerte, es una manera de indicar a sus padres, (aunque no de manera consciente), que le dan a su vida la misma importancia que recibe de ellos. Ningún padre quiere ver morir a sus hijos, como tampoco ninguno desea que su hijo asesine a alguien más, sin embargo sucede en muchos hogares, casi diariamente.
Cuando ya no vale la pena preguntarse ¿Por qué?! Porque la respuesta está en cómo educaron y cuanto lo acompañaron mientras estaba creciendo, en qué medida conocieron a sus amigos, quienes eran y como se portaban, en las charlas, consejos y ejemplos que no llegaron.
Nunca es demasiado tarde para empezar: Amar a un hijo es natural y es fácil. Las lágrimas llegan cuando ya es tarde