La Gran Manzana, tomada por la policía, vive una nueva noche de protestas masivas que derivan en esporádicos actos de vandalismo y varias detenciones
La jornada de protestas empezó en Nueva York curando las heridas de la víspera. La Quinta Avenida, emblema del poderío económico de la ciudad de los rascacielos, ofrecía un aspecto desolador tras los pillajes del lunes, sin apenas tráfico, y con todos los escaparates de las tiendas cubiertos por tablones de madera. Fornido y con cara de pocos amigos, el jefe de un equipo de seguridad supervisaba la colocación de los tablones en los escaparates de la tienda de Nike junto al edificio Flatiron. Le llamaron después de que los saqueadores rompieran los cristales y entraran a las siete de la tarde. “Cuando llegamos ya no había nada que hacer”, lamentaba. Todavía quedaban prendas de ropa y zapatillas por el suelo, los percheros estaban tirados en una alfombra de cristales rotos. En la acera de enfrente, una pintada en los tablones que cubrían una gran tienda de Zara advertía: “No queda nada más que llevarse”.
A las cinco de la tarde, una multitud de manifestantes pacíficos se congregaba frente al Stonewall Inn, el bar gay del Greenwich Village donde el 28 de junio de 1969 se inició la revuelta por los derechos LGTB que se conmemora desde entonces en el Día del Orgullo. Este martes, en el arranque de un mes que en una Nueva York sin coronavirus y sin George Floyd habría sido el de la celebración del Pride, el Stonewall se convirtió en lugar de peregrinaje de otro movimiento de derechos civiles que, para los que atiborraban este trozo de Cristopher Street, constituye la misma lucha. “Venimos a expresar nuestra solidaridad con el movimiento Black Lives Matter [La vida de los negros importa]. Pasa lo mismo que con el movimiento LGTB: si uno no muestra que está a favor, es que está en contra”, explicaban Savannah y Valentina, novias latinas de 27 y 24 años, con una pancarta que decía, en español: “Habla con tu familia sobre el antirracismo”.
El distanciamiento social, impuesto para frenar la expansión de la pandemia del coronavirus, que tenía sitiada a la ciudad de Nueva York hace solo unos días, parecía este martes algo de un pasado lejano. Grupos de manifestantes pacíficos recorrían las calles del sur de Manhattan, juntándose unos con otros entre aplausos y proclamas, para recalar avanzada la tarde en Union Square. Los saqueos de la noche del lunes, que se sucedieron hasta la madrugada, elevaron la presión al alcalde, Bill de Blasio, a quien incluso el también demócrata gobernador del Estado, Andrew Cuomo, con quien mantiene una relación, cuando menos, fría, acusó de no haber “hecho su trabajo”.
El alcalde, cuya propia hija fue arrestada en las protestas del fin de semana, adelantó el toque de queda tres horas, hasta las ocho de la tarde. Los agentes de policía desplegados por todo Manhattan, que recibían ánimos de algunos de los manifestantes, aguantaban estoicamente las provocaciones e insultos de los más agresivos. A las siete de la tarde, centenares de personas clavaron la rodilla en el suelo ante una veintena de agentes que cortaban la calle 14 a la altura de Broadway, en un gesto popularizado en verano de 2016 por deportistas profesionales que apoyaron una rodilla en el suelo mientras sonaba el himno nacional, para protestar contra la violencia policial y el racismo. “¡Hincad la rodilla!”, les gritaban a los agentes, que permanecían inmutables.
“He venido aquí para asegurarme personalmente de que no hay ningún abuso hacia los ciudadanos. Si lo hay, colocaré mi cuerpo entre la policía y la persona abusada”, explicaba Kalel, de 21 años, dependiente de una tienda de alquiler de bicis, con una careta de una calavera haciendo las veces de máscara. “Tengo un hijo de ocho meses y no quiero que crezca en un país donde le pueden matar por ser negro. Aunque yo no sea inocente, tengo inocentes en mi familia y moriré por ellos. Lo más bonito de esto es la unidad. Es nuestra mejor herramienta. La unidad y los números grandes, eso es lo que marca la diferencia. Esto es algo que nunca ha pasado en América, todos los Estados, todas las razas, unidas contra la injusticia. Entiendo los saqueos y la destrucción de propiedad porque tenemos ira y queremos joder el sistema. Pero no es bueno para el movimiento, porque necesitamos que la gente esté con nosotros”.
De pronto, a las ocho de la tarde, todo el mundo miró el móvil a la vez. Era la alerta, enviada por las autoridades de la ciudad, de que entraba en vigor el toque de queda. Nadie pareció darse por aludido. “¡Que le jodan al toque de queda!”, resumía Rachel Prucha, camarera de 25 años originaria de California.
La protesta no tardó en calentarse y, a los pocos minutos, mientras la masa de gente bajaba por Broadway, unos alborotadores reventaron con un mazo el primer escaparate, el de una tienda Gap semioculta bajo unos andamios. Varios jóvenes entraron a la carrera y apenas se llevaron unos maniquíes blancos que soltaron a los pocos metros. “¡Alejaos de los saqueadores!”, pedían por los megáfonos.
A medida que caía la noche y la marcha avanzaba por el sur de Manhattan, escoltada por la policía, el tono se recrudecía. Los vándalos arrancaron los tablones de un Zara, en Broadway con la calle Fulton, y empezó el pillaje. De la nada, llegaron media docena de agentes de policía e inmovilizaron y esposaron a dos personas en el suelo. Grabados desde todos los ángulos por teléfonos móviles, mientras uno de los detenidos, un corpulento afroamericano, les llamaba “escoria”, el escrutinio a los policías era máximo en unas protestas desatadas tras la muerte de otro afroamericano en el suelo, asfixiado por un agente, en una detención policial. Llegaron más refuerzos y un mando empezó a alejar a gritos a los curiosos, recordándoles en vano que había un toque de queda.
Pequeños grupos se descolgaban del grueso de la marcha pacífica, que subía ya en dirección al puente de Brooklyn, donde estaba previsto que se les sumase otra marcha que llegaba del Barclays Center, al otro lado del East River. A los que venían de Brooklyn se les permitió avanzar por el puente, pero la policía les había cerrado el paso hacia Manhattan. También se cortó el paso de Brooklyn a la isla por los puentes de Manhattan y de Williamsburg. Los helicópteros y las sirenas de los vehículos policiales volvieron a poner la banda sonora de Manhattan tras una semana de protestas, en la segunda jornada con toque de queda. Pero, aunque hubo vandalismo y se produjeron detenciones, al menos hasta las primeras horas de la madrugada el balance era más moderado que el de la jornada del lunes, en la que los saqueos fueron generalizados y, según la policía, 700 personas fueron arrestados