Entre tantas cosas, la reina Isabel II fue también un ícono de moda repitiendo una sola y sencilla fórmula: abrigo recto y vestido con largo por debajo de la rodilla de colores brillantes, bolso de asa corta, zapatos a juego con tacón bajo, sombrero o tocado coordinado, broche en la solapa y collar de perlas.
La recién fallecida reina Isabel II, a lo largo de sus 70 años en el trono, creó un vestir propio con el que «ha cautivado al mundo y con el que ha querido transmitir un mensaje de estabilidad», explica a EFE el profesor de protocolo social y etiqueta Miguel del Amo.
El estilo de la reina de Inglaterra ha sido «todo un símbolo». Diseñadores y estilistas la han señalado como un referente de moda, a pesar de que su armario ha estado abarrotado de prendas marcadas con las exigentes etiquetas de la obligación y el protocolo.
«Isabel II no ha cometido ningún error estilístico, le ha encantado lucir colores vivos y optimistas, el mismo tono de la cabeza a los pies», dice Del Amo, quien añade: «Sentía preferencia por el amarillo, su color favorito».
«La reina se ha comunicado a través de su ropa, lanzaba mensajes políticos, se ha vestido atendiendo a las normas de etiqueta», explica el profesor, y remarca que la primera declaración pública a través de su vestuario la hizo el 20 de noviembre de 1947, el día de su boda con el príncipe Felipe de Grecia, duque de Edimburgo.
Para la ocasión, el modisto Norman Hartnell creó un vestido de hombros marcados, mangas ajustadas y escote corazón, un modelo en que llamaban la atención 10.000 perlas bordadas e incrustaciones de cristales y lentejuelas que creaban motivos como trigo o flores inspirados en La primavera, el cuadro de Botticelli, con el que quería comunicar el renacimiento tras la Segunda Guerra Mundial.
Desde ese momento, la monarca fue consciente de que podía hablar a través de su manera de vestir. En 1953, fecha de su coronación, la Reina confió de nuevo en Hartnell, quien confeccionó su vestido más icónico, un modelo de seda blanca bordada con los emblemas florales que representaban al Reino Unido y a todos los países de la Commonwealth.
Isabel II incluía en su vestuario tejidos, broches y joyas «con los que hacía guiños diplomáticos a los países que visitaba», señala Del Amo, quien recuerda el conjunto de tréboles que escogió la reina en su visita de estado a Irlanda en 2011 o el vestido de seda rosa con flores de peonía, la flor nacional de China, cuando visitó el país en 1986.
A lo largo de su reinado, Isabel II ha creado dos uniformes: el de trabajo y el de ocio. Para el primero, abrigo-vestido de color con largo por debajo de la rodilla, complementados con un sombrero a juego –con el ala no demasiado ancha para no perder la visibilidad–, collar de perlas, broche, mocasines Anello & Davide, guantes y bolso de mano cuadrado de Launer London, que llevaba en el antebrazo.
Para el segundo, su uniforme de campo, que solía lucir en sus retiros de julio a octubre en el castillo escocés de Balmoral donde cazaba y montaba a caballo, no faltaba el pañuelo de seda anudado debajo de la barbilla combinado con faldas escocesas, chaquetas tipo Barbour, chalecos acolchados, gabardinas y botas de agua.
El inimitable estilo de Isabel II ha sido sencillo en la fórmula, pero con un gran compromiso con el color, desde el amarillo hasta los pasteles, pasando por tonos brillantes y atractivos como el rosa chicle, el verde manzana o el azul pavo real.
«Ha jugado con toda la paleta cromática, lo que le ha permitido crear un vestuario único que le distinguía entre la multitud», explica del Amo, quien considera que «su sola presencia ha reforzado la casa Windsor y todas las monarquías europeas».
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