“Casarse, para algunas mujeres, no fue precisamente la mayor suerte de sus vidas, sino tal vez la mayor cruz”, refirió el domingo el obispo de Caacupé, Ricardo Valenzuela, durante la misa dominical en la Basílica.

En su homilía, el líder religioso reflexionó sobre la carga que cada individuo lleva consigo y la importancia de aceptarla en unión con Cristo. En este sentido, abordó el tema del matrimonio y sostuvo que para algunas mujeres, casarse no resulta ser la mayor bendición, sino más bien esa cruz que carga, evidenciando las dificultades y desafíos que pueden surgir en las relaciones de casados.

“Hemos conocido personas que después del gesto de la aceptación, cuando tal vez no lo pensaban, ya más inesperadamente pudieron realizar su sueño de ser felices, encontrando al compañero o la compañera de su vida. Es por esto que hay que fortalecer siempre la fe y la oración”.

Valenzuela utilizó la metáfora de la espiga de grano, siguiendo la lectura del día, para ilustrar las situaciones, señalando que algunos proyectos y afectos deben pasar por fases de vacío y dolor antes de renacer purificados y llenos de frutos.

EL VACÍO DE LA SOLEDAD. En otro relato hizo referencia a las personas solteras que enfrentan la realidad de la soledad y la ausencia de relaciones afectivas. Citó el caso de una docente que nunca tuvo novio que se preguntaba ¿por qué? Valenzuela planteó dos situaciones: Continuar lamentándose por esta situación o aceptarla y descubrir nuevas posibilidades de desarrollo personal y espiritual.

“Hay un mundo de posibilidades y de potencialidades dentro de ella misma y que están esperando el momento oportuno para poder expresar a través de otros videos, otros canales, todo ese potencial. Ella tiene que elegir. Es como quien tiene una espiga de grano y puede continuar teniendo apretada así en la mano hasta que se vuelva árida y muere”.

La otra situación fue la de una mujer que deseaba tener un hijo y pasó seis años esperando en vano, sumida en tristeza y frustración. Obsesionada con la idea de ser madre, su matrimonio se volvió árido y su vida giraba en torno a ese único anhelo.

Finalmente, encontró consuelo en la oración y el apoyo de amigos creyentes, decidiendo buscar la adopción como una nueva forma de ser madre. Valenzuela destacó que al abrazar a su hija adoptiva, la mujer comprendió el propósito divino detrás de su deseo de maternidad y encontró paz.

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