Con 17.792 casos y la menor disponibilidad de camas de hospitalización para pacientes críticos a nivel nacional, menos de un 35%, el Estado es uno de los focos rojos de la crisis sanitaria
María Jesús Félix Montejo responde con un hilo de voz al doctor que “ya está mejorcita”. Desde hace diez días está postrada en su cama. Apenas hay espacio en su habitación para el tanque de oxígeno al que está conectada las 24 horas. En un domicilio sin número, sobre una calle de terracería del centro de Macuspana (Tabasco, en el sureste de México), esta mujer de 48 años lucha por vencer al coronavirus. “La fatiga, el no poder respirar es lo más horrible. Casi no duermo bien, a veces me levanto con mucha agitación. Ya tenía yo la esperanza perdida, porque no me querían atender en algún hospital”, relata en un susurro.
La fiebre fue la primera señal de alerta. Después sobrevino la tos y el agotamiento extremo. El dolor en cada inhalación llegó más rápido que la confirmación de su prueba SARS-CoV-2. Aunque ella y su esposo se contagiaron casi al mismo tiempo, en su caso la hipertensión y la diabetes agravaron su situación. Al inicio fueron con el médico del vecindario, pero los tratamientos resultaron fallidos. Después buscaron la hospitalización en el centro de salud de Macuspana, pero no lo consiguieron. La familia optó por buscar un médico particular y los integrantes de su iglesia les ayudaron a conseguir el tanque de oxígeno.
El nombre de María Jesús no figura en las estadísticas oficiales. Ella no existe en los registros de hospitalización estatales. En el papel, el Gobierno del Estado registra 1.103 casos en este municipio de 177.000 habitantes. Sin embargo, el doctor municipal, José Manuel Lizárraga, asegura que los contagios en Macuspana van al alza desde hace seis semanas. Los brotes entre familias y el hacinamiento de personas en una sola vivienda incrementan los contagios comunitarios.
El doctor, de 65 años, no deja de rociar su consultorio con una solución desinfectante entre paciente y paciente. Si no está en consulta responde llamadas de vecinos que lo buscan por los mismos síntomas: tos, dolor en el cuerpo, fiebre. En abril atendía a unos cinco o seis pacientes sospechosos de coronavirus, ahora recibe a una veintena por cada jornada. “La gente no quiere ir al módulo de covid, primero por la atención que es muy tardada, y segundo, porque creen que los van a mandar a Villahermosa y los van a entubar, entonces prefieren venir con nosotros”, explica Lizárraga.
La tierra del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, encara la pandemia en mínimos. Al no contar con un hospital covid-19 no están habilitados para ingresar a ningún enfermo de coronavirus. El protocolo para los pacientes críticos apunta a un traslado a la capital, un recorrido de 55 kilómetros, en una de las tres ambulancias con las que cuenta el centro de salud. “Si colapsan los hospitales en Villahermosa, que esperemos que no, se empezará tal vez a tener uno o tres pacientes de covid en el módulo”, refiere Christian Alejandro, portavoz del hospital general de Macuspana. En promedio, este sitio atiende a diario a tres probables pacientes de coronavirus.
A unos 15 kilómetros de Macuspana, sobre una carretera llena de baches, opera el hospital general de Villa Benito Juárez. En el acceso al centro de sanidad hay un hombre mayor que se queja: “Siento un dolor en el pecho, dolor del cuerpo y no puedo respirar, me hace falta oxígeno, no me da apetito de comer, no he comido nada, siento que me ahogo, no duermo”. Sus familiares lo han llevado tras cinco días de molestias en casa. Los doctores alistaban su ingreso. En caso de tener una baja oxigenación, sin embargo, sería trasladado a un hospital de especialidad en Villahermosa.
El doctor Adolfo Cortazar Fuentes, jefe de Urgencias de este hospital, reconoce que en un turno pueden llegar a recibir hasta 20 probables casos de coronavirus. Con la frente bañada en sudor, el médico externa su frustración porque la gente no cumple con las medidas de prevención. “Los pacientes se están complicando en sus hogares por miedo a venir al filtro para ser valorados”, zanja. La autorización de los hospitales de tercer nivel en la capital del Estado puede demorar entre 15 minutos y 3 horas, dependiendo de la disponibilidad de lugares. El doctor admite que “las capacidades hospitalarias del siguiente nivel ya son muy pocas”.
“Nadie nos dice nada”
A cuatro meses del registro del primer caso de coronavirus en Tabasco y con un promedio de 300 contagios diarios, los habitantes se resisten a portar una mascarilla por las altas temperaturas de la entidad, que superan los 35 grados En los pasillos de los mercados, entre los platillos y bebidas típicas como el mondongo y el pozol, también se encuentran desde supersticiones hasta remedios caseros contra la covid: veladoras blancas para ahuyentar el virus hasta infusiones de eucalipto, limón y gordolobo. Los medicamentos se combinan con los rituales para reducir el riesgo, aunque la enfermedad no da tregua: hasta este lunes se contabilizan 17.792 casos y 1.624 muertes. Tabasco se ubica en el tercer lugar nacional de casos solo detrás de Ciudad de México y Estado de México. El “edén mexicano por su riqueza de flora, fauna y petróleo ahora se encuentra contra las cuerdas.
Desde hace semanas el aullar de las ambulancias es una constante en Villahermosa. La suma de los pacientes en la capital, aunado a los enfermos trasladados de los 16 municipios, han provocado un cuello de botella. Puertas adentro, doctores y enfermeras reconocen que están a un paso del límite. En el exterior, bajo un sol abrumador, decenas de personas con mascarillas aguardan cualquier información sobre sus parientes entre el cansancio, la desesperación y los rezos.
Reyna Sánchez Trinidad, de 37 años, tiene más de 72 horas sin saber nada de su esposo, a quien internó por un supuesto ataque de asma. Proveniente de El Ejido Mantilla, ha pasado tres noches a la intemperie, afuera del hospital, resguardada por un par de cobijas y cartones junto al altar a San Judas Tadeo ubicado en una esquina del centro médico. Su única protección contra el coronavirus es una gastada mascarilla de tela. Ella sabe que corre el riesgo de contagiarse, pero pesa más la angustia de no saber qué ha pasado con su marido.
“Mi esposo entró consciente, sus pulmones se inflamaron de tanto toser y pues ya ni sé qué pensar, he visto tantas cosas feas aquí. Solo me dicen que no me desespere, ¿cómo quieren que yo no me desespere?”, dice entre lágrimas. Dividida entre la preocupación por su marido y el cuidado de sus dos hijos menores, Reyna pasa las tardes rezando. A ratos deambula, en otros descansa sobre una silla de madera, pero siempre está alerta por si alguna enfermera grita en voz alta el nombre de su esposo.
La incertidumbre por la falta de información se repite en los accesos de los hospitales de alta especialidad de la Mujer y el Niño. En este último, decenas de familiares buscan un hueco en un estrecho camellón. Los consejos de sana distancia se desdibujan por la necesidad de alcanzar un filón de sombra bajo un árbol. En este sitio, en medio del rugir de los coches en ambos sentidos y la polvareda, Ausencio Gómez se resigna a pasar la noche en vela, en espera de noticias de su hermana Yazmín, quien ingresó el jueves con ocho meses de gestación. Lo único que sabe es que la bebé que esperaba ha fallecido. “Mi cuñado está desesperado, no sabemos qué está pasando o cómo va su organismo. Nadie nos dice nada, no sabemos si está muerta o qué está pasando”.
¿Cuándo se contagió Yazmín? “No pues está difícil”, responde. Todos en el municipio de Huimanguillo, de donde es originario, conocen a alguien, un primo, un sobrino, algún vecino que ya se enfermó o falleció por el virus. Ausencio lamenta que no se haya tomado conciencia antes de lo que significaba la enfermedad que ha contagiado a otros cuatro hermanos y que hoy tiene a su hermana ingresada. “Decíamos antes ‘con la temperatura no pega, lo caliente lo va a matar’ y no, no fue así. No le voy a mentir, hubo gente que se reía de la enfermedad”, reconoce.
El aumento de casos en Tabasco ha puesto a prueba al sistema estatal y ha generado un baile de cifras sobre la disponibilidad de camas. Hasta el viernes, la entidad encabezaba la lista de ocupación con un 85%, según el Gobierno federal. Ese día se difundió un vídeo donde el gobernador, Adán Augusto López, de Morena, criticó las estadísticas difundidas por el subsecretario de Salud y portavoz de la pandemia, Hugo López Gatell. Tras la polémica y después de la entrada en operación de una nueva unidad para pacientes en el Parque Tabasco, este porcentaje de ocupación bajó a 76%, solo superado por Nuevo León (79%) y Nayarit (76%). No obstante, el Estado mantiene el primer lugar nacional de ocupación de camas para enfermos críticos, con una disponibilidad de 34%.
Una enfermera del hospital regional Juan Graham, quien prefiere no decir su nombre por temor a represalias, admite que son insuficientes los espacios para atender a los pacientes. “Ya no hay camas, aunque digan que sí el hospital está al tope y falta personal, falta mucho personal. A veces quisiéramos hacer tantas cosas las enfermeras, doctores, poder salvar más vidas, pero no se puede. Aquí en el hospital con lo poquito que tenemos hacemos demasiado, a veces sí nos faltan medicamentos, pero los doctores ven cómo le podemos hacer y se han salvado muchas vidas. Cada día tengo ocho pacientes y, por ejemplo, ayer se me fueron tres”, cuenta.
Edmundo Juárez Cadena, rehabilitador pulmonar en el Hospital de Pemex de Villahermosa, coincide en que el sistema de sanidad de Tabasco está en estado crítico. Testigo de la pandemia en primera línea, Juárez Cadena lamenta que la apuesta del Gobierno sea la de aumentar los espacios de hospitalización sin incrementar al personal. “Es una trampa estadística. Camas hay, pero dónde están los insumos, esa es la bronca, puedes poner mil camas, pero si no tienes mil enfermeras cómo vas a operar”, cuestiona.
El doctor conoció el rostro del coronavirus en los primeros casos de “neumonía atípica” reportados en el hospital de Pemex el pasado diciembre. A pesar de los meses transcurridos aún no puede lidiar con la impotencia de ver morir a las personas y no poder hacer nada. “No hay peor muerte que la de ahogamiento porque es una muerte lenta, es un letargo, la asfixia es una de las muertes más crueles, dejas de respirar, vas poniéndote morado y estás consciente de ello, de que no puedes respirar, es muy cabrón”.
// El País