La mayoría de estas situaciones se originan en una acción que a veces pasa inadvertida: los gritos. Según un estudio publicado desde la Universidad de Pittsburgh, se ha descubierto que estos gritos, especialmente cuando son emitidos con regularidad hacia el cerebro infantil, encierran un buen número de riesgos para su desarrollo psicológico. Es decir, que todos aquellos que opten de manera frecuente por los gritos, con el objetivo de dirigir o regañar, están aumentando este riesgo del que se mencionaba anteriormente. De hecho, como consecuencia de los gritos, es fácil que los niños emitan como respuestas conductas agresivas o defensivas.

También, desde la prestigiosa Escuela de Medicina de Harvard, concretamente desde su departamento de psiquiatría, afirman que el maltrato verbal, el grito, la humillación o la combinación de los tres elementos alteran de forma permanente la estructura cerebral infantil.

Autores, como Aaron James también afirman que gritar más no hace «tener más razón», ni confiere necesariamente una posición de ventaja en una discusión, por lo que se puede decir en palabras sencillas que ese realmente no es el camino.

¿Cómo podemos terminar con los gritos?

Es cierto que los pequeños a veces pueden excederse, pero el grito nunca es la solución, por muy al límite que los lleven. Gritar es perder el control, y si se pierde el control, se abandona toda capacidad de disciplinar correctamente a los más pequeños.

Para evitar caer en esta tentación se puede utilizar algunas de las siguientes estrategias:

  • Evitar los momentos estresantes. A veces es complejo, pero con una buena labor de observación, se sabrá cuándo se acaba por perder la paciencia y se empieza a gritar. Así pues, si se detecta el patrón, las razones y los momentos en los que se hace, después se puede trabajar para eliminarlo.
  • Calmarse antes de actuar. Buscar una secuencia o imagen o algo que tranquilice cuando se encuentre al límite. De esta forma se evitará perder el control. Es decir, hay que relajarse y asumir el mando que como padres les toca.
  • No culparse. Hay que tener cuidado con las expectativas que se genera sobre los pequeños. Además, no se culpe porque no alcance las cuotas de paciencia que le gustaría.

Con estos pasos, que parecen sencillo al leer pero no lo son tanto al momento de hacer, se puede encontrar un mejor equilibrio entre la educación que se da a los chicos, y la ideal que se puede alcanzar. No hay que olvidar que esta situación de encierro tiene sus efectos en todos, especialmente en los que se encuentran en etapa de desarrollo como los niños. En el momento de hacer las tareas, jugar y ayudar con las tareas de la casa, lo importante es que lo disfruten, sean felices y se desarrollen correctamente.

Por: Lic. Aliana Ortíz