Las dos semanas que vivió en la casa del Tigre pasó del entusiasmo por la recuperación a un nuevo pozo de depresión.
Horas después de haber sido operado del hematoma subdural en el hemisferio izquierdo. En la tranquilidad de la habitación en la Clínica Olivos se hizo una pausa, hasta que uno de sus interlocutores le respondió: “No me gustaría ser Maradona ni un minuto”. El Diez ofreció una media sonrisa y replicó: “¿Viste? Eso me pasa todos los días. Estoy cansado, me gustaría tomarme vacaciones de Maradona”.
Fue en esos días que se filtraron los ofrecimientos de varios países como Venezuela y Cuba para que pudiera alejarse de la exposición mediática. La intervención, el tratamiento por su cuadro de abstinencia, habían logrado algo impensado hasta hacía un tiempo: que su familia y su círculo íntimo buscaran puntos de contacto para cuidarlo, cobijarlo, que volviera a ser él.
Las primeras horas en su nueva casa del Tigre, una zona que le gustaba mucho, habían sido auspiciosas. Quienes lo frecuentaban aseguran que se mostraba “súper motivado”, con ganas de reponerse, estar cerca de sus seres queridos y volver al banco de Gimnasia La Plata. Incluso, en su primera jornada en Villa Nueva salió a caminar por el parque y hasta jugó a las cartas con sus acompañantes, uno de sus pasatiempos favoritos.
Jony Espósito, su sobrino y quien lo despidió antes de que se marchara a dormir el martes, lo acompañó casi a tiempo completo. Todos los días lo respaldó Maxi Pomargo, mano derecha del Diez y cuñado de Matías Morla, su abogado. Su hija Gianinna lo visitó a diario, también Jana se trasladó seguido a la propiedad y Dalma se acercó la primera semana para saber cómo se sentía. Verónica Ojeda le llevó a Dieguito Fernando. Tuvo sesiones con el psicólogo y el psiquiatra y una enfermera se hizo presente 24 hs. en la habitación contigua de Diego Maradona.
Además, Leopoldo Luque, su médico personal, concurrió a chequear su evolución un par de veces por semana y “Tafa”, el kinesiólogo, lo asistió en los ejercicios de rehabilitación. Este último siempre encontró la llave para mantener en movimiento al astro y fue uno de los que lo movilizó para llevar adelante la rutina “Maradona fitness”, que tras el bajón anímico profundo de junio, en el que había recaído en el consumo de alcohol, le había permitido bajar más de 12 kilos y recuperar agilidad.
Hace una semana, Jana incluso le ofreció quedarse a dormir. “No te hagas problema, mami, andá tranqui”, le dijo Diego. Miraba partidos, tuvo contacto telefónico con Sebastián Méndez, su ayudante de campo en Gimnasia, pero empezó a pasar mucho tiempo en su habitación. Acostumbrado a tener más libertades en su hogar de Brandsen, se vio estrictamente controlado. Con las mejores intenciones, en busca de su bienestar, pero celosamente monitoreado al fin. Y sin su rutina, otra vez bajoneado, más allá de la calidez de los afectos. Desde las semanas previas a su internación, en el umbral de su cumpleaños 60, las imágenes de Doña Tota y Chitoro, sus papás, se habían hecho recurrentes. “Cada vez que hablaba de ellos, se ponía a llorar.
El último fin de semana, Luque concurrió a la casa con la intención de quitarle los puntos. El ex capitán de la Selección Argentina se hallaba en su cuarto y no salía. El médico buscó la manera de levantarle el ánimo, como lo había hecho en otras oportunidades para lograr internarlo.
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