“Quiero contribuir y esta es mi contribución con la ciencia”, dice la pediatra Mônica Levi, voluntaria en Sao Paulo de uno de los programas más avanzados de vacuna contra el coronavirus que ya dejó más de 87.000 muertos en Brasil.
«Mi bandera es la vacunación. Entonces, tengo que ser coherente con lo que creo», agrega la doctora Levi, de 54 años, que ejerce desde hace 23 años en la Clínica Especializada en Enfermedades Infecciosas y Parasitarias y en Inmunizaciones (Cedipi) de la megalópolis sudamericana.
La médica es una de las 5.000 cobayas humanas que participan en Brasil en las pruebas de fase 3 -la última antes de la homologación- de la vacuna ChAdOx1 nCoV-19, desarrollada por la Universidad de Oxford junto a la farmacéutica británica AstraZeneca.
Brasil fue además el primer país en iniciar las pruebas de fase 3 de la vacuna china Coronavac, del laboratorio Sinovac Biotech. Los voluntarios se reclutan principalmente entre personas que por su profesión están más expuestas al virus en este país, el segundo en número de casos y de muertos de COVID-19, detrás de Estados Unidos.
«Escogieron profesionales de la salud porque estamos en riesgo constante. Las exigencias: tener de 18 a 55 años, estar en funciones de atención al público, no tener comorbilidades y no estar embarazada», enumera Levi, al referirse al proceso de selección de la vacuna de Oxford.
Cuando Levi contó que se disponía a ser «cobaya», sus dos hijas aceptaron su decisión con naturalidad y sus amigos la elogiaron. Algunos colegas consideraron que era una decisión arriesgada, pero valiente.
«Todo el mundo se interesa en estudiar [las vacunas] en un lugar con muchos casos, como Brasil. El país está en una meseta constante [de contagios y decesos], entonces se puede comparar los resultados de muchos test», dice Levi.
La mitad de los voluntarios recibe la vacuna y la otra mitad un placebo. Para temperar efectos indeseables, toman paracetamol durante las primeras 24 horas.
Levi, que recibió su inyección el 21 de julio, cuenta que sintió “dolor de cabeza y escalofríos” el primer día. “Pero no sé si me dieron la vacuna o el placebo”, comenta. Solo lo sabrá dentro de un año, durante el cual todos los voluntarios deberán acudir a visitas médicas regulares. “Se nos hará análisis de sangre, que serán estudiados por Oxford”, indica Levi.
Los laboratorios trabajan a destajo en esta carrera científica y comercial para frenar la propagación de COVID-19, que ya dejó más de 16 millones de casos (unos 2,5 millones en Brasil) y unos 650.000 muertos en el mundo.
“Normalmente, una vacuna es homologada cuando el estudio concluye. Pero con esta pandemia, hay una situación de emergencia y es posible que los organismos de regulación liberen su uso con datos parciales”, conjetura la especialista brasileña. ”No hay que esperar un año. Morirá mucha gente si se siguen los protocolos habituales”, insiste.
La vacuna de Oxford “ya se está produciendo en gran escala incluso sin haber sido homologada. Cuando se la autorice, ya tendremos una gran cantidad disponible y la producción no empezará desde cero”, agrega una confiada doctora Levi. Pero si la vacuna se revelara ineficaz, “todo irá a la basura”.
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