El Silvio Pettirossi vive días de intensa emoción, con la llegada de paraguayos que regresan al país para celebrar las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Abrazos fuertes e interminables, llantos de alegría, euforia y plenitud llenaron la sala del aeropuerto, en jornadas que anticipan días de júbilo en Paraguay para muchas familias.
Lejos de la tierra roja y del tereré, lejos del aroma de flor de coco y de sus principales pasiones, acumulan añoranza. Hoy, vuelven al país. Vuelven por la Navidad. Vuelven para compartir con sus seres queridos, padres, hijos y amigos. Para poder hablar en guaraní y saborear la comida de mamá.
En algún momento dejaron atrás sus costumbres. Las charlas en una vereda o el corredor, bajo un árbol o en el sofá, con tereré, tortillitas o asado. Dejaron atrás el guaraní, nuestra música. Su música. Y el calor humano que, por fin, y aunque sea por unos pocos días, vuelve. Y con él, las emociones.
El Boeing 787-9 Dreamliner de Air Europa pisaba suelo guaraní a las 07:25 de este martes. Consigo no solo traía a los cerca de 300 pasajeros del vuelo Madrid-Asunción, sino también las emociones y nostalgias contenidas por mucho tiempo en Europa, pero también en todo Paraguay.
Emociones y nostalgias contenidas por meses y años, que la Navidad paraguaya se encargará de convertir en realidad, alrededor del pesebre, en familia, abrazados al amor y con las experiencias sensoriales que a la distancia se vuelven un anhelo constante: sabores, olores, sonidos y abrazos.
Las experiencias son variadas, recogidas por un móvil de NPY. Muestran una diversidad de edades, culturas y clases, pero las mismas ansias. En la misma sala, adornadas con globos, tricolores o de corazones, y coloridos carteles, se mezclan madres, hijos, hermanos… y perros. Hasta las mascotas están.
Una señora espera ansiosa por ver a su hijo. Sostiene un cartel con el nombre Óscar Rody Martínez, que llega desde España. “Estoy muy feliz y agradecida a Dios”. Dice menos de lo que su rostro refleja. Cuenta que tiene preparadas varias sorpresas para su hijo. Tres años después, una casa del populoso barrio Roberto L. Petit estará completa.
La llegada y ese abrazo son demasiado importantes. Tanto que una familia completa se encuentra esperando. El encuentro tiene que ser en el punto más próximo posible: el aeropuerto. Papá y mamá vuelven después de cinco meses y la joven hija espera con ansias, en compañía de sus hermanas, dos primas, tías y el novio.
Una madre sonríe de oreja a oreja. Siente la necesidad –y el orgullo– de contar que espera a una familia numerosa. Tiene tres hijos que vuelven de España. Y con los hijos, también nietos y nueras. Podrá ver a uno de sus tres hijos luego de ocho años. La casa espera con marinera, ensalada de poroto y chipa guasu. Porque tantos años después hay que consentir. Hay que ser más mamá que nunca.
Más mamá que nunca, con más ansiedad que nunca. Porque esta señora tendrá que esperar 24 horas más para ver a otro de sus hijos, que llegará el miércoles 24 de diciembre, a pocas horas de la Nochebuena, y a quien no ve desde hace 18 largos años. Toda una vida.
Una mujer menciona a Maura Natalia Maidana Paredes. Es su hermana. Podrán abrazarse tres años después. Maura llega desde Barcelona y pidió soyo con tortillitas. “La comida paraguaya es insuperable”, dice su hermana.
Sandra es otra trabajadora paraguaya que formó su futuro, hoy presente, en Europa. Sus familiares la esperan. Ese abrazo esperó por diez años. “Es lo más cálido que le podemos dar y brindar después de tanto tiempo que vuelve a su país”, dicen.
Largos minutos después del aterrizaje y con la banda de músicos de la Fuerza Aérea acompañando culturalmente el momento, las puertas de embarque se abren para que los ojos se iluminen y comiencen a brillar, mientras esas emociones y nostalgias contenidas finalmente se transformen en llantos de alegría y abrazos interminables, de esos que se dan con fuerza y no se explican por qué.
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